La pandemia por el coronavirus ha generado una brutal trasformación a nivel social, económico y psicológico en el mundo y en nuestro país.
En la Argentina, en las últimas semanas, la tasa de contagio ha aumentado exponencialmente y los muertos –que ya pasan los 2.500 – generan una mayor angustia y desesperación. Al mismo tiempo, los más 120 días de aislamiento social obligatorio incrementan la incertidumbre y el malestar en la mayoría de los ciudadanos.
Por otra parte, la aguda crisis financiera a causa del aislamiento terminó de fracturar una economía ya vapuleada, creando más y nuevos pobres.
Aunque los grupos de riesgo para el COVID-19 lo constituyen los adultos mayores y personas con enfermedades pre-existentes, los más de 120 días de aislamiento son una severa amenaza para el ajuste psicosocial de todas las personas. En consonancia con ello, existen otros grupos vulnerables como los niños y adolescentes que poseen un menor desarrollo social y cognitivo, en comparación con el de los adultos, y que han sido ignorados en la mayoría de las medidas tomadas.
Un grupo de investigadores de la Universidad Católica Argentina, integrado por el doctor Santiago Resett y las doctoras Fabiola Iglesia y Magdalena López, llevaron a cabo un estudio en la provincia de Entre Ríos con el propósito de evaluar los efectos psicológicos del aislamiento social obligatorio en los niños y adolescentes de nuestra provincia.
La investigación detectó que el impacto psicológico del aislamiento social también se traslada a los niños o adolescentes dejando importantes efectos negativos para ellos, como estrés, malestar, disminución de las actividades físicas, uso excesivo de nuevas tecnologías.
Del mismo modo, los factores del ambiente familiar –tener mayor cantidad de hermanos, vivir solamente con la madre o el padre, etc.- pueden potenciar los efectos psicosociales negativos de la cuarentena.
Ser niño y adolescente implica importantes tareas psicosociales para volverse un adulto saludable, como realizar actividades físicas, recreativas, escolares, socializar con los grupos de amigos o pares, las cuales también la pandemia ha eliminado progresivamente.
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El estudio encuestó de manera online a 273 personas adultas que tenían hijos (10% varones y 90% mujeres, con edades de 22 a 65 años). Ellos completaron preguntas sociodemográficas, sobre el aislamiento, tests sobre el estado de ánimo y preguntas sobre como creían que el aislamiento había impactado psicosocialmente a sus hijos.
El 75% vivía bajo el mismo techo con su pareja e hijos; el 27% tenía dos hijos, el 54%, tres hijos y el resto más de tres. Un 30% realizaba teletrabajo, un 6% efectuaba trabajos domésticos, un 3% había quedado sin empleo por la cuarentena, un 2% no tenía trabajo antes de la pandemia y el resto trabajaba.
Un 97% de estos progenitores señalaba tener espacios abiertos (terrazas, patios, etc.) para el esparcimiento de sus hijos.
Los padres o madres señalaban que, en promedio, hacía 76 días que sus hijos se hallaban prácticamente sin salir de sus hogares.
Con respecto al impacto psicosocial del aislamiento, para un 12% de la muestra, la situación de pandemia era un asunto grave, un 7% se sentía muy estresado por la situación, un 48% estaba entre algo o poco estresado, y el resto indicaba sentirse casi nada o para nada estresado.
Los porcentajes para los niños o adolescentes a este respecto, según la percepción parental, eran: 9%, 50% y 41%, respectivamente, por lo cual el impacto psicológico es casi similar para adultos y menores.
Un 19% de los progenitores marcó que “el temor a que sus hijos se enfermen de COVID-19” era algo que los preocupaba mucho; para un 18% era algo que los preocupaba bastante, para un 49% constituía una preocupación mediana y, para el resto, ese hecho no los preocupaba para nada. Sólo una persona de los encuestados señaló que el uso excesivo de las nuevas tecnologías era su principal motivo de preocupación.
Al preguntar ¿cuántas veces salió tu o tus hijos de la casa durante la última semana? un 31% señalaba que ningún día; un 35%, una vez; un 29% 2-5 veces; un 3%, 6-7 veces y el resto indicaba que había salido “varias veces al día”.
Un 66% de los progenitores indicó que sus hijos hacían nada de actividad física diaria o apenas unos 30 minutos. Casi un tercio señaló que sus hijos estaban ocho o más horas diarias frente a pantallas (celulares, computadoras, etc.). Para la gran mayoría de los padres y madres, desde que empezó la cuarentena, sus hijos habían incrementado el uso de las tecnologías y habían disminuido el tiempo dedicado a las actividades físicas.
Al preguntar a los progenitores si habían notado alguno de estos comportamientos en sus hijos desde que comenzó la cuarentena, para un 80% esto era cierto o muy cierto que su hijo/a discutía mucho; para un 54% era cierto o muy cierto que era desobediente; para un 60% era cierto o muy cierto que estaba nervioso o tenso; para un 51% era cierto o muy cierto que estaba malhumorado; para el 14% era cierto o muy cierto que no participaba en las actividades de la escuela y para el 55% era cierto o muy cierto que hacían rabietas o se enojaba con facilidad.
Los padres o madres que aseguraron sentirse más estresados por el COVID-19 informaron mayores comportamientos problemáticos de sus hijos. También los hogares con mayor cantidad de hijos en el hogar mostraban mayores correlatos psicosociales negativos, como hijos con altos niveles de retraimiento, conductas agresivas o un mal comportamiento. Finalmente, en los progenitores que señalaban residir sin su pareja, los niveles de mal comportamiento de los hijos se incrementaban.