Desde la antigüedad se buscó la forma de conservar las frutas durante más tiempo, y llegaron a la conclusión de que cuando se secan y se deshidratan se alarga su conservación durante más tiempo, porque es la humedad de la fruta la que resulta más fácilmente atacada por la descomposición.

Las frutas pueden deshidratarse de forma natural, utilizando secadores. Este proceso no implica añadirles ni aditivos ni productos químicos, y así mantienen todas sus propiedades saludables.}

Ejemplos de frutas que se secan siguiendo un proceso natural serían las uvas (pasas), dátiles, ciruelas, higos, duraznos, ananá y manzanas.

Sin embargo, hay otro tipo de frutas que no pueden deshidratarse de esta manera, y deben ser desecadas con ayuda de procesos químicos. Estas son concretamente las frutas del bosque, como arándanos, frutillas y cerezas, y para conseguirlo se sumergen primero en azúcar. Por eso a estas frutas se las denomina “frutas secas confitadas”.

Las frutas deshidratadas tienen un índice de calorías, carbohidratos, grasas y proteínas similar a otros snacks no industriales, pero aportan más fibra y menos azúcares.

Tienen una concentración alta de azúcares simples, y esto produce que el aumento de concentración de azúcar en sangre sea lento y no se produzcan picos, por su alto contenido en fibra, fructosa y sorbitol.

Las frutas deshidratadas de color oscuro, como por ejemplo las uvas, arándanos y ciruelas, tienen un alto aporte de polifenoles y carotenoides, que son considerados dos antioxidantes muy beneficiosos para la salud. Pero la fruta que más lo contiene es el durazno, por lo que es altamente recomendable para prevenir enfermedades cardiovasculares. A su vez, estos nutrientes nos ayudan a eliminar líquido y sodio de nuestro organismo

Los orejones de durazno son muy recomendables para quienes estén padeciendo anemia, porque aportan hasta 7 miligramos de hierro por cada 100 gramos. Y para aprovechar su aporte es recomendable acompañar su ingesta con otras frutas ricas en vitamina C, como la naranja, ananá o kiwi.

 

Por cada 100 gramos de fruta deshidratada estaremos ingiriendo alrededor de 12 gramos de fibra, esto significa que estamos aportando a nuestro organismo un 600% más de fibra que con las frutas frescas. Ocurre así porque al estar deshidratadas, disminuyen de tamaño, pero quedan los nutrientes. Las frutas deshidratadas que más ayudan a conseguir un efecto laxante son las ciruelas y los dátiles.

 

 

Su alto contenido en fibra y su sabor profundo producen un efecto saciante. Las ciruelas (pasas) aportan 16 gramos de fibra por cada 100, cuando las uvas solo tienen 7 gramos por cada 100. Por regla general, la fruta deshidratada multiplica su fibra en relación con las frutas frescas: así calman el hambre y nutren, pero no añaden más calorías.

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