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Hace unos años viajaba con amigos por Catamarca, esta preciosa provincia argentina que tiene paisajes increíbles. Justamente estaba en el Parque Nacional de Piedra Pomez, en Antofagasta de la Sierra, un lugar donde las alturas oscilan entre los 3.000 y los casi 5.000 metros sobre el nivel del mar. Está claro que a esa altura la presión atmosférica es baja y hay mucho menos oxígeno en el aire así que esto requería que tuviéramos muchos cuidados físicos… y también emocionales. Yo estaba ¡feliz! en medio de esta maravilla; la tenía ahí… ¡toda para mí! Recuerdo que saqué la mitad de mi cuerpo fuera de la ventanilla de la 4×4 en la que nos trasladábamos  porque estaba extasiada y necesitaba que el aire me diera en la cara, mientras agradecía la fortuna de estar en medio de esta experiencia. Mi emoción era tan inmensa que empecé a llorar, desconsoladamente… Media hora más tarde, mis compañeros de equipo me estaban bajando a toda velocidad, con máscara de oxígeno, hasta el pueblo más cercano (cosa que llevó más o menos 2 horas, por el tipo de camino) porque mi presión arterial había subido a 200 (lo que conocemos como 20 de máxima)… ¡Imaginen!!”

Después de esa experiencia en la montaña, aprendí que el estrés tiene dos formas: el distrés, que es la parte negativa; y el eustrés, que es un aspecto positivo pero que descontrolado también puede hacer daño; como en mi caso, que de tanta felicidad (de tanto despliegue de Dopamina, Serotonina, Noradrenalina, más las condiciones del ambiente, por supuesto) se me había subido la presión por las nubes.

Pero primero entendamos qué es el estrés y cuándo es realmente que nos afecta de modo negativo.

El estrés, en principio, es un mecanismo de defensa. El estrés genera una explosión de hormonas en el cuerpo, que se liberan para poder enfrentar todo aquello que podría amenazarnos –o mejor dicho, que percibimos como amenaza. Y, bien gestionado, es decir en la medida justa, el estrés es saludable.

Te voy a contar para que sirve estar estresado:

Primero, el estrés nos permite sobrevivir: Cada vez que sentimos que algo pone en riesgo nuestra vida, el cuerpo se estresa naturalmente (se acelera el corazón y la respiración y se activan algunos sistemas, como por ejemplo, el sistema nervioso) y eso hace que nos podamos poner a la defensiva. Después, el cuerpo libera algunas hormonas con el objetivo de darle al organismo más energía para soportar, para resistir. En síntesis, si no fuera por el estrés nuestro cuerpo no reaccionaría frente al peligro.

Pero además, el estrés, siempre y cuando no sea crónico, optimiza el funcionamiento del cerebro, lo activa y lo hace más eficiente.

Y, ¿sabés para qué más sirve estar estresado? Aunque nos parezca impensado, el estrés estimula el sistema inmunológico en el corto plazo. Y bien sabemos que un sistema inmunológico sano nos permite defendernos de enfermedades e infecciones. Y, aún más, el estrés puede ayudar al organismo a combatir bacterias.

Y, como si fuera poco, en otro orden, el estrés fortalece el carácter, porque si logramos procesar el estrés con un enfoque positivo podemos aprender a gestionar  nuestras emociones de una mejor manera.

Entonces, el problema no es el estrés bien gestionado, sino el estrés mal gestionado.

Ahora bien, el Eustrés (conocido como estrés positivo), se relaciona directamente con la llamada hormona de la felicidad (dopamina), que en la “dosis” justa es ideal porque nos reconforta, nos da fortaleza, nos permite salir de nuestra zona de confort y tomar ciertos riesgos y, entre otras cosas, también nos impulsa a la autorrealización; pero, en “dosis” altas, no controladas (como fue mi caso en la montaña) puede volverse nocivo.

Por otro lado, está el Distrés (conocido como estrés negativo, directamente) que libera cortisol y nos produce un cierto desequilibrio físico y psíquico. Relacionado con el Distrés aparecen los síntomas: nuestro cuerpo reacciona a él y, en la mayor cantidad de casos, nos manda señales casi como avisándonos que “las cosas no van bien”.

Vamos a procurar entender esto de un modo bien práctico:

Imaginémonos siendo una balanza. En un lado está el plato de la carga y en el otro, el de la resistencia. De un lado, entonces, todo lo que cargamos, lo que nos auto exigimos, lo que nos exigen, el deber ser, el deber tener, los mandatos, las responsabilidades, etc. Y en el otro plato de la balanza, nuestra capacidad de resistencia (que cambia, porque no es la misma capacidad aquella que teníamos a los 20, que la que podemos tener a los 60; porque no es la misma cuando vivimos  solos, que si vivimos en familia; porque no es la misma si estamos sano, que si estamos atravesando algún proceso de enfermedad, etc.). Entonces, de un lado la carga, del otro nuestra posibilidades de resistencia.

Y la ecuación es simple: cuando las cargas superan nuestra capacidad de resistencia, aparecen síntomas (dolor de cabeza, de panza, cansancio, contracturas, mal humor, irritabilidad, falta de aire, inmsomio, miedo, conductas compulsivas… Es decir, se activó el distrés y el cuerpo comienza a mandarme mensajes con estos síntomas. Si no los atiendo y además dejo que el fiel de la balanza se siga inclinando cada vez más hacia el lado de la carga, voy a estar en serios problemas de salud. ¿Pero qué tengo que hacer? ¿Aplicar más resistencia en el otro plato de la balanza?… ¿¡Resistir hasta morir!?… ¡No!, cambiar algo. Empezar a vaciar el plato de la balanza que pesa, que duele, que se está volviendo insoportable. Y el primer paso consiste en ser honesto conmigo mismo y saber cuál es mi límite, cuál es mi verdadera resistencia actual y dejar en el plato de la carga sólo aquello que puedo sobrellevar con calidad, con dignidad, con felicidad, con entereza, con paz. Cambiar algo en mí: aprender a soltar. Y “soltar” a veces, implicará sacar efectivamente algo del plato de la balanza (y para esto es fundamental tener claras nuestras prioridades, para descubrir qué no es tan importante como para que se quede ahí y que sí) y otras veces ese “soltar” implicará dejarlo en el plato pero con el peso justo, dándole el valor justo.

A menudo cargamos cosas, otras veces cargamos pasado, a veces emociones, a veces personas, miedos, a veces proyectos, frustraciones… Y vos, ¿qué cargas en ese plato de tu balanza?, ¿qué podrías estar dejando?, ¿qué podrías estar descargando?, ¿de qué te podrías estar liberando?, ¿a quién podrías estar soltando?

 

María Sol Kaesbach  es Licenciada en Comunicación Social, Máster Coach con PNL y socia fundadora de FOCUS*.

*FOCUS. Empresa que diseña formaciones que movilizan los sentidos. Nuestro sistema se basa en potenciar las relaciones humanas impulsando el crecimiento personal y grupal, mediante técnicas de Comunicación, Inteligencia Emocional y Programación Neurolingüística. Te invitamos a conocernos. Hazlo a través de nuestros canales de YouTube: https://bit.ly/2JmWpcD o nuestros podcasts en Spotify: https://spoti.fi/2UI5p1e

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